CHAPA Y PINTURA
Manuel
Filigrana retrata ficciones y emociones que evocan tiempos pretéritos, aquellos
maravillosos años de olor a infancia y paraísos de la memoria. Somos lo que
recordamos que fuimos, lo que amamos, lo que anhelamos. La fugacidad del tiempo
y un vasto cajón de recuerdos que no siempre asoman. Pero hoy sí, en ese
incesante mito del eterno retorno.
El autor
pasa directamente del signo a la intuición, a conducir sus pinceladas en voz
baja para hacer de la luz, la forma y el color el arte narrativo y la magia
donde demuestra que la solución final es una causalidad. El espectador refleja
su inquietud en esa fantasía de la imaginación sin ataduras. La razón es clara,
el cuadro pintado no es otra cosa que un sucedáneo de la memoria. El maestro
elige sus obras pero éstas no eligen a quienes saben verlas paseando la vista y
penetrando su alma. Las vemos calladamente y al cabo de un tiempo conjeturamos
que aquel ahora breve pasado se nos concede para reparar el espíritu.
Nunca se
había demorado en los goces de la memoria, las impresiones resbalan sobre el
lienzo, momentáneas y vívidas. Ávido y curioso desciende a su memoria
interminable y logra sacar de aquel vértigo el recuerdo perdido, ahora lo tenía
en las manos como un desafío, un espejo
velado destinado a perderse para tramar su pintura que ha logrado escribir
bellas páginas.
Ya no es de
nadie, lo bueno a nadie pertenece. Porque en el principio de la pintura está el
mito y, asimismo, en el fin.
Pablo
Lanuza.